miércoles, 27 de noviembre de 2013

La ética del comercio y su impacto en la economía de las naciones


Índice
1.      El concepto de ética
2.      Adam Smith y su visión de los comerciantes y el comercio
3.      Interés, precio justo e  inflación
4.      La causa principal de la inflación es el egoísmo humano
5.      No puede haber ética en el comercio sin una concepción ética de la vida
6.      ¿Qué pasa cuando el Estado se convierte en comerciante?
7.      Conclusión

1.      El concepto de ética
La palabra ética proviene del Latín ethicum. El diccionario define la palabra ética como 1. Parte teórica de la valoración moral de los actos humanos. Sinónimo: moral. 2. Filosofía: Conjunto de principios y normas morales que regulan las actividades humanas.

2.      Adam Smith y su visión de los comerciantes y el comercio
Adam Smith (1723-1790) fundador del Liberalismo Económico, era un filósofo de una arraigada postura ética, creyente en las virtudes derivadas de un orden providencial. Contrariamente a lo que muchas personas puedan creer, Adam Smith no era un defensor a ultranza del capitalismo sin límites. Una de las frases más famosas de su libro La Riqueza de las Naciones, ilustra claramente lo afirmado anteriormente; ese concepto es el siguiente: “Los comerciantes del mismo rubro rara vez se reúnen, incluso para entretenimiento y diversión, sin que la conversación termine en una conspiración contra el público, o en alguna estratagema para aumentar los precios.”
Smith tenía recelo hacia los comerciantes porque pensaba que éstos procuraban eliminar la competencia, crear monopolios y vender al más alto precio posible, hechos que consideraba contrarios a su visión ética de la vida y a su concepción liberal de la economía.
En diversas partes de su obra cumbre, La Riqueza de las Naciones, Smith reflexiona sobre los comerciantes y el comercio. Por ejemplo, en el capítulo IV del libro primero “Sobre el Origen y Uso de la Moneda”, Smith afirma que todos los hombres tienen algo de mercader. En el capítulo IX referido a “Los Beneficios del Capital”, asegura que “los comerciantes y fabricantes se quejan generalmente de los malos efectos de los salarios altos, porque suben el precio y perjudican la venta de sus mercancías, tanto en el interior como en el extranjero. Pero nada dicen sobre las malas consecuencias de los beneficios altos. Guardan silencio profundo por lo que respecta a los efectos perniciosos de sus propios beneficios y sólo se quejan de los ajenos.”
En el capítulo IV del libro tercero referido a “Cómo el Comercio de las Ciudades Contribuyó al Progreso de los Distritos Rurales”, afirma lo siguiente: “se dice vulgarmente de un comerciante y, con visos de verdad, que no es necesariamente ciudadano de un país determinado. Por su profesión, le es casi indiferente cualquier lugar de residencia y basta un leve disgusto para que traslade su capital de un país a otro y, con él, toda la industria que dependía de sus inversiones. Su capital no puede decirse con propiedad que pertenezca a un país más que a otro, hasta que se haya derramado por la superficie del país, arraigando en edificios o en mejoras de carácter permanente.”
En el capítulo II del libro IV, “Sobre los Sistemas de Economía Política” asegura que “Podemos decir en su honor que los dueños de la tierra y los colonos son las personas menos imbuidas del maldito espíritu de monopolio.” Y agrega después que “Los colonos y los propietarios, dispersos en varias partes del país, no pueden confabularse tan fácilmente como los comerciantes y fabricantes, pues estos, juntos en las ciudades y acostumbrados a aquél espíritu gremial del monopolio exclusivo que entre ellos prevalece, procuran conseguir contra todos sus compatriotas los mismos privilegios exclusivos que obtuvieron contra los demás habitantes del pueblo en que residen. Fueron ellos, según creencia general, los primeros inventores de aquellas restricciones sobre la introducción de mercaderías extranjeras que les aseguraron el monopolio del mercado interno.”
Estos  conceptos del fundador del Liberalismo Económico ponen en evidencia su clara comprensión del papel que jugaban los comerciantes en la sociedad y demuestran la manipulación que se ha hecho de sus ideas a través del tiempo para justificar la no intervención del Estado en la economía. En verdad, Adam Smith nunca dijo explícitamente que estaba de acuerdo con el control de precios, pero de sus razonamientos se deduce que estaba consciente que los comerciantes y el comercio llevan cada uno en sí mismo el germen de la especulación.

3.      Interés, precio justo e inflación
La crítica al interés y la usura aparece por primera vez en la historia del mundo occidental en el Antiguo Testamento. Luego, en la civilización griega, se dan los primeros pasos para la creación de la economía; fue un presocrático, Xenofonte (430-355 A.C), en su obra Oeconomica, el creador del concepto y se refería, esencialmente, a la administración de la casa. Después,  Platón (427-347 A.C),  en su libro La República, condena la usura mientras que Aristóteles (384-322 A.C) en su Ética, censura también el cobro de interés y la usura, crea las bases de la teoría del valor y la división del trabajo. La Antigua Roma sufrió las consecuencias de la inflación y ello provocó grandes conflictos, al extremo de que el emperador Diocleciano se vio obligado a decretar el control de precios y establecer la pena de muerte para quienes lo violaran. Después, en la Edad Media, el tema adquiere gran relevancia con las reflexiones de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa Teológica, en la que proscribe la usura y aboga por el precio justo.
Nicolás Oresme (1340-1382), escribe el primer tratado de economía monetaria, en el que critica la tendencia a disminuir el contenido de oro y plata de las monedas y considera los efectos de estas medidas sobre los precios; es pues, Nicolás Oresme, el precursor del concepto que atribuía a las monedas de menor valor el desplazamiento de las monedas de mayor valor, idea desarrollada tiempo después, en el siglo XVI, por Thomas Gresham, asesor de la Reina Isabel I de Inglaterra.
Las obras de Xenofonte, Platón, Aristóteles y Diocleciano en la Edad Antigua y de Santo Tomás de Aquino y Nicolás Oresme en la Edad Media, representan el ideario económico de cada una de esas épocas.
Pero es en la Edad Moderna, a partir del descubrimiento de América (1492), que el pensamiento económico va a desarrollarse en forma intensa. La preocupación fundamental de los primeros estudiosos de la economía fue por los asuntos monetarios ya que  la llegada a Europa de inmensas cantidades de oro y plata provenientes de América provocó grandes cambios en la economía, entre ellos la inflación.
La primera doctrina económica fue el Mercantilismo (siglos XVI al XVIII). El Mercantilismo consideraba que la riqueza de las naciones estaba constituida por la cantidad de metales preciosos acumulados y que para obtener esa riqueza era necesario tener una posición privilegiada en el comercio internacional, mediante la exportación de la mayor cantidad de bienes y le importación de lo estrictamente necesario. El Mercantilismo propugnaba la intervención del Estado en la economía para garantizar los propósitos antes explicados. El filósofo francés Jean Bodin (1530-1596),  fue el primer expositor de la doctrina mercantilista en su libro, La República, en el que hace además un estudio del aumento de los precios y una defensa de la propiedad privada. Este trabajo de Jean Bodin  abre, pues, las puertas a los grandes temas del moderno pensamiento económico: el proteccionismo y el librecambio, el liberalismo y socialismo. A partir de allí es que se desarrolla toda la estructura conceptual económica moderna. En Inglaterra, el fundador del Mercantilismo es Thomas Mun (1571-1641), con su obra England’s Treasure by Foreign Trade.  En el siglo XVIII, en oposición al Mercantilismo surge la doctrina Fisiócrata, cuyo principal exponente fue el médico francés, Francoise Quesnay (1694-1774),  luego, apareció el Liberalismo Económico, cuya máxima figura es Adam Smith (1723-1790) y, casi un siglo después, Carlos Marx (1818-1883), publica sus obras, las cuales constituyen una negación de los principios del Liberalismo Económico.
En las cuatro principales doctrinas económicas, el Mercantilismo, la Fisiocracia, el Liberalismo Económico y el Marxismo, estuvo siempre presente el tema de la libertad de comercio dentro de los países y entre las naciones, unas veces en forma explícita y otras veces en forma implícita.  En el siglo XX el tema ocupó la atención de gobernantes y estudiosos de la economía, especialmente a partir de la década de los noventa, como consecuencia de la imposición del Neoliberalismo a las naciones en desarrollo, por parte de los organismos financieros internacionales.
El interés, el precio justo y la inflación han sido relacionados siempre con dos hechos prácticos: a) la libertad económica o su restricción por parte del Estado y b) con la abundancia o restricción de dinero. Los creyentes en la Teoría Cuantitativa del Dinero atribuyen la inflación a la sobre abundancia de dinero, pero en diversos momentos históricos se ha demostrado que esa premisa no es una verdad universal única, sino una verdad relativa, que depende de diversos factores como la capacidad ociosa de la economía.  Por ejemplo, una economía con capacidad ociosa puede reaccionar rápidamente a los estímulos monetarios y aumentar la oferta de bienes y servicios sin cambios notables en los niveles de precio.
David Hume (1711-1776), en su ensayo sobre el dinero, fue el primero en demostrar los efectos positivos de una expansión monetaria y lo explicó a través de su teoría de la inflación beneficiosa. Tres siglos después de Hume, otro inglés, John Maynard Keynes (1883-1946), ampliaría y fortalecería la tesis de Hume, en su libro Teoría General de la Ocupación el Interés y el Dinero, que serviría de base para superar la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Al publicarse la teoría, surgieron críticos que aseguraban que la tesis no resolvería los problemas económicos a largo plazo. Para responder a esa objeción, Keynes respondió simplemente que a largo plazo todos estaremos muertos, demostrando de esa manera que lo importante es lo que ocurre aquí y ahora, porque nadie puede saber qué sucederá en el futuro.
La tesis de Keynes tuvo treinta años continuos de éxito y ese período histórico fue llamado la Era de Keynes; abarcó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta fines de los años setenta cuando nuevamente la economía mundial volvió a entrar en crisis, como consecuencia de las manipulaciones monetarias realizadas a principios de la década por Alemania y otros países europeos, hechos que condujeron a la devaluación del dólar en 1971 y, luego, a la crisis por el aumento de los precios del petróleo desde 1973. A partir de esos hechos reaparecieron en escena los críticos del modelo keynesiano encabezados por la Escuela de Chicago, que atribuían la crisis, entre otros factores, a la intervención del Estado en la economía, a la política de bienestar que ampliaba los beneficios sociales a todos los sectores de la sociedad y a las consecuencias monetarias de esa política. Primero fue la Primer Ministro de Inglaterra, Margaret Thatcher, quien asumió los principios esbozados por la Escuela de Chicago, cuyo principal representante era el profesor Milton Friedman. Luego, el presidente de Estados Unidos, Ronald Regan, adoptó la política y de allí en adelante esos principios se convirtieron en la cartilla de los organismos financieros internacionales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.    
Friedman intentó recuperar e imponer el pensamiento de Adam Smith respecto a la no intervención del Estado en la economía y, a la vez, la esencia de la Teoría Cuantitativa del Dinero, que atribuye a la expansión de la masa monetaria la causa de la inflación. Era, pues, el punto de vista opuesto a la idea de Keynes. Sin embargo, cabe destacar que Friedman nunca desconoció los efectos que a corto plazo se derivan de la expansión monetaria en términos de  aumento de la producción y el empleo ni le atribuyó la causa de la inflación en lo inmediato, como lo demostró la realidad entre fines de la Segunda Guerra Mundial y la década de los setenta, período de expansión del empleo, la producción y mínima inflación.  La objeción de Friedman a la teoría de Keynes era esencialmente por sus consecuencias a largo plazo pero reconocía sus efectos positivos en lo inmediato. Podemos decir, en síntesis, que la concepción de Keynes respecto a los beneficios del aumento de la inversión sobre el empleo, la producción y los precios no ha podido ser desmentida hasta ahora.

4.      La causa principal de la inflación es el egoísmo humano
Las explicaciones anteriores se justifican, porque la inflación y la especulación muchas veces pretenden ser explicadas o justificadas debido al incremento del gasto público y/o el crecimiento de la liquidez en las economías. No se puede negar que uno y otro elemento pueden tener una incidencia en la inflación cuando, en efecto, la abundancia de dinero no guarda relación con la cantidad de bienes y servicios existentes en un momento dado. Pero, en mi opinión, esa no es la causa principal de la inflación. La causa principal de la inflación es el egoísmo humano que no conoce límites a la acumulación de riquezas y cuyo objetivo es acumular y acumular.
En el libro Apreciación crítica de la política monetaria, el bolívar oro (1), publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en el año 2007, explicaba que las causas de la inflación son entre otras: a) la devaluación de las monedas, b) la usura, c) la presión tributaria, d) el aumento del precio de los insumos y servicios básicos y e) el incremento de la demanda ante una oferta insuficiente, es decir, la existencia de medios de pago superiores a la cantidad de bienes y servicios existentes en una sociedad.
En los países afectados por variaciones extremas de precios están presentes uno o varios de los factores señalados anteriormente pero, en mayor grado, la propensión hacia la especulación. Es decir, la tendencia a invocar la existencia de cualquiera de los factores antes explicados para justificar la elevación de los precios en forma arbitraria. Esa,  pues, es la actitud a la que se refería claramente Adam Smith.

5.      No puede haber ética en el comercio sin una concepción ética de la vida
En el ensayo intitulado Países salvajes y países avanzados (2), decía que “Lo que distingue a un país salvaje de un país avanzado es que en los países salvajes la conducta de una parte importante de sus ciudadanos está en contraposición con los valores morales definidos en los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, mientras que en los países avanzados la mayoría de su población si respeta esos principios”.
La ética del comercio está vinculada directamente a dos mandamientos fundamentales: a) No robarás y b) No codiciarás los bienes ajenos.     
El problema es que desde el principio de los tiempos, el hombre ha violado esos principios. El mundo actual no es una excepción y sólo en muy pocos países se puede decir que existe respeto por esos principios fundamentales.
Hay países donde la situación es peor que en otros. Son naciones en las que no existen límites a las ganancias especulativas. Altas tasas de interés, usura, especulación con la comida, las medicinas, la vivienda y otros bienes y servicios esenciales, son elementos comunes en esos países. Cuando ello ocurre, las posibilidades de desarrollo desaparecen o son mínimas.

6.      ¿Qué pasa cuando el Estado se convierte en comerciante?
El otro grave problema que enfrentan las naciones es que muchos dirigentes políticos malinterpretan el significado de la política y convierten a los Estados en comercios y/o empresas privadas. En algunos casos, en pleno siglo XXI,  han llegado hasta a crear o contratar ejércitos privados, compañías de mercenarios para operar en escenarios de guerra.
Ese tipo de dirigentes cree que la política y el Estado es un negocio que debe ser rentable y pretenden que las actividades públicas como la salud, la educación, la infraestructura y otros servicios públicos proporcionen ganancias. Cuando ello ocurre, se le hace un gran daño a la sociedad en su conjunto. Eso es lo que está pasando hoy en día en Europa, en países como Portugal, España, Italia y Grecia, que han reducido la inversión pública para privatizar los servicios más esenciales.

7.      Conclusión
Sólo la acción de los Estados puede impedir la usura y la especulación, a través de leyes y acciones morales para sancionar ese tipo de conductas. La competencia en el mercado no es suficiente para mantener los precios en niveles justos, porque en el mercado existen tendencias especulativas irrefrenables, motivadas por la conducta egoísta cuyo único objetivo es tener más dinero. La comprensión de esta realidad es algo esencial.  Adam Smith, el padre del Liberalismo Económico no dijo nunca esto en forma explícita, pero de sus conceptos sobre el comercio y los comerciantes, se infiere claramente que, moralmente, Smith creía que era necesario poner freno a las conductas especulativas en la sociedad.
(1)    Pablo Rafael González. Apreciación crítica de la política monetaria, el bolívar oro. Monte Ávila Editores Latinoamericana, página 138. Caracas, 2007.






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