Índice
1.
El concepto de ética
2.
Adam Smith y su visión de los
comerciantes y el comercio
3.
Interés, precio justo e inflación
4.
La causa principal de la inflación es el
egoísmo humano
5.
No puede haber ética en el comercio sin
una concepción ética de la vida
6. ¿Qué
pasa cuando el Estado se convierte en comerciante?
7.
Conclusión
1.
El
concepto de ética
La
palabra ética proviene del Latín ethicum. El diccionario define la palabra
ética como 1. Parte teórica de la valoración moral de los actos humanos.
Sinónimo: moral. 2. Filosofía: Conjunto de principios y normas morales que
regulan las actividades humanas.
2.
Adam
Smith y su visión de los comerciantes y el comercio
Adam
Smith (1723-1790) fundador del Liberalismo Económico, era un filósofo de una
arraigada postura ética, creyente en las virtudes derivadas de un orden
providencial. Contrariamente a lo que muchas personas puedan creer, Adam Smith no
era un defensor a ultranza del capitalismo sin límites. Una de las frases más
famosas de su libro La Riqueza de las
Naciones, ilustra claramente lo afirmado anteriormente; ese concepto es el
siguiente: “Los comerciantes del mismo rubro rara vez se reúnen, incluso para
entretenimiento y diversión, sin que la conversación termine en una
conspiración contra el público, o en alguna estratagema para aumentar los
precios.”
Smith
tenía recelo hacia los comerciantes porque pensaba que éstos procuraban
eliminar la competencia, crear monopolios y vender al más alto precio posible,
hechos que consideraba contrarios a su visión ética de la vida y a su
concepción liberal de la economía.
En
diversas partes de su obra cumbre, La
Riqueza de las Naciones, Smith reflexiona sobre los comerciantes y el
comercio. Por ejemplo, en el capítulo IV del libro primero “Sobre el Origen y Uso de la Moneda”, Smith afirma que todos los
hombres tienen algo de mercader. En el capítulo IX referido a “Los Beneficios del Capital”, asegura que
“los comerciantes y fabricantes se quejan generalmente de los malos efectos de
los salarios altos, porque suben el precio y perjudican la venta de sus
mercancías, tanto en el interior como en el extranjero. Pero nada dicen sobre
las malas consecuencias de los beneficios altos. Guardan silencio profundo por
lo que respecta a los efectos perniciosos de sus propios beneficios y sólo se
quejan de los ajenos.”
En
el capítulo IV del libro tercero referido a “Cómo el Comercio de las Ciudades Contribuyó al Progreso de los
Distritos Rurales”, afirma lo siguiente: “se dice vulgarmente de un
comerciante y, con visos de verdad, que no es necesariamente ciudadano de un
país determinado. Por su profesión, le es casi indiferente cualquier lugar de
residencia y basta un leve disgusto para que traslade su capital de un país a
otro y, con él, toda la industria que dependía de sus inversiones. Su capital
no puede decirse con propiedad que pertenezca a un país más que a otro, hasta
que se haya derramado por la superficie del país, arraigando en edificios o en
mejoras de carácter permanente.”
En
el capítulo II del libro IV, “Sobre los
Sistemas de Economía Política” asegura que “Podemos decir en su honor que
los dueños de la tierra y los colonos son las personas menos imbuidas del
maldito espíritu de monopolio.” Y agrega después que “Los colonos y los
propietarios, dispersos en varias partes del país, no pueden confabularse tan
fácilmente como los comerciantes y fabricantes, pues estos, juntos en las
ciudades y acostumbrados a aquél espíritu gremial del monopolio exclusivo que
entre ellos prevalece, procuran conseguir contra todos sus compatriotas los
mismos privilegios exclusivos que obtuvieron contra los demás habitantes del
pueblo en que residen. Fueron ellos, según creencia general, los primeros
inventores de aquellas restricciones sobre la introducción de mercaderías
extranjeras que les aseguraron el monopolio del mercado interno.”
Estos
conceptos del fundador del Liberalismo
Económico ponen en evidencia su clara comprensión del papel que jugaban los
comerciantes en la sociedad y demuestran la manipulación que se ha hecho de sus
ideas a través del tiempo para justificar la no intervención del Estado en la
economía. En verdad, Adam Smith nunca dijo explícitamente que estaba de acuerdo
con el control de precios, pero de sus razonamientos se deduce que estaba
consciente que los comerciantes y el comercio llevan cada uno en sí mismo el
germen de la especulación.
3.
Interés,
precio justo e inflación
La
crítica al interés y la usura aparece por primera vez en la historia del mundo
occidental en el Antiguo Testamento. Luego, en la civilización griega, se dan
los primeros pasos para la creación de la economía; fue un presocrático,
Xenofonte (430-355 A.C), en su obra Oeconomica, el creador del concepto y se
refería, esencialmente, a la administración de la casa. Después, Platón (427-347 A.C), en su libro La República, condena la usura
mientras que Aristóteles (384-322 A.C) en su Ética, censura también el cobro de
interés y la usura, crea las bases de la teoría del valor y la división del
trabajo. La Antigua Roma sufrió las consecuencias de la inflación y ello
provocó grandes conflictos, al extremo de que el emperador Diocleciano se vio
obligado a decretar el control de precios y establecer la pena de muerte para
quienes lo violaran. Después, en la Edad Media, el tema adquiere gran
relevancia con las reflexiones de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa
Teológica, en la que proscribe la usura y aboga por el precio justo.
Nicolás
Oresme (1340-1382), escribe el primer tratado de economía monetaria, en el que critica
la tendencia a disminuir el contenido de oro y plata de las monedas y considera
los efectos de estas medidas sobre los precios; es pues, Nicolás Oresme, el
precursor del concepto que atribuía a las monedas de menor valor el
desplazamiento de las monedas de mayor valor, idea desarrollada tiempo después,
en el siglo XVI, por Thomas Gresham, asesor de la Reina Isabel I de Inglaterra.
Las
obras de Xenofonte, Platón, Aristóteles y Diocleciano en la Edad Antigua y de
Santo Tomás de Aquino y Nicolás Oresme en la Edad Media, representan el ideario
económico de cada una de esas épocas.
Pero
es en la Edad Moderna, a partir del descubrimiento de América (1492), que el
pensamiento económico va a desarrollarse en forma intensa. La preocupación
fundamental de los primeros estudiosos de la economía fue por los asuntos
monetarios ya que la llegada a Europa de
inmensas cantidades de oro y plata provenientes de América provocó grandes
cambios en la economía, entre ellos la inflación.
La
primera doctrina económica fue el Mercantilismo (siglos XVI al XVIII). El
Mercantilismo consideraba que la riqueza de las naciones estaba constituida por
la cantidad de metales preciosos acumulados y que para obtener esa riqueza era
necesario tener una posición privilegiada en el comercio internacional,
mediante la exportación de la mayor cantidad de bienes y le importación de lo
estrictamente necesario. El Mercantilismo propugnaba la intervención del Estado
en la economía para garantizar los propósitos antes explicados. El filósofo francés
Jean Bodin (1530-1596), fue el primer expositor
de la doctrina mercantilista en su libro, La República, en el que hace además
un estudio del aumento de los precios y una defensa de la propiedad privada. Este
trabajo de Jean Bodin abre, pues, las puertas
a los grandes temas del moderno pensamiento económico: el proteccionismo y el
librecambio, el liberalismo y socialismo. A partir de allí es que se desarrolla
toda la estructura conceptual económica moderna. En Inglaterra, el fundador del
Mercantilismo es Thomas Mun (1571-1641), con su obra England’s Treasure by
Foreign Trade. En el siglo XVIII, en
oposición al Mercantilismo surge la doctrina Fisiócrata, cuyo principal
exponente fue el médico francés, Francoise Quesnay (1694-1774), luego, apareció el Liberalismo Económico,
cuya máxima figura es Adam Smith (1723-1790) y, casi un siglo después, Carlos
Marx (1818-1883), publica sus obras, las cuales constituyen una negación de los
principios del Liberalismo Económico.
En
las cuatro principales doctrinas económicas, el Mercantilismo, la Fisiocracia,
el Liberalismo Económico y el Marxismo, estuvo siempre presente el tema de la
libertad de comercio dentro de los países y entre las naciones, unas veces en
forma explícita y otras veces en forma implícita. En el siglo XX el tema ocupó la atención de
gobernantes y estudiosos de la economía, especialmente a partir de la década de
los noventa, como consecuencia de la imposición del Neoliberalismo a las
naciones en desarrollo, por parte de los organismos financieros
internacionales.
El
interés, el precio justo y la inflación han sido relacionados siempre con dos
hechos prácticos: a) la libertad económica o su restricción por parte del
Estado y b) con la abundancia o restricción de dinero. Los creyentes en la
Teoría Cuantitativa del Dinero atribuyen la inflación a la sobre abundancia de
dinero, pero en diversos momentos históricos se ha demostrado que esa premisa
no es una verdad universal única, sino una verdad relativa, que depende de
diversos factores como la capacidad ociosa de la economía. Por ejemplo, una economía con capacidad ociosa
puede reaccionar rápidamente a los estímulos monetarios y aumentar la oferta de
bienes y servicios sin cambios notables en los niveles de precio.
David
Hume (1711-1776), en su ensayo sobre el dinero, fue el primero en demostrar los
efectos positivos de una expansión monetaria y lo explicó a través de su teoría
de la inflación beneficiosa. Tres siglos después de Hume, otro inglés, John
Maynard Keynes (1883-1946), ampliaría y fortalecería la tesis de Hume, en su
libro Teoría General de la Ocupación el
Interés y el Dinero, que serviría de base para superar la Gran Depresión de
los años treinta del siglo XX. Al publicarse la teoría, surgieron críticos que
aseguraban que la tesis no resolvería los problemas económicos a largo plazo.
Para responder a esa objeción, Keynes respondió simplemente que a largo plazo
todos estaremos muertos, demostrando de esa manera que lo importante es lo que
ocurre aquí y ahora, porque nadie puede saber qué sucederá en el futuro.
La
tesis de Keynes tuvo treinta años continuos de éxito y ese período histórico
fue llamado la Era de Keynes; abarcó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial
hasta fines de los años setenta cuando nuevamente la economía mundial volvió a
entrar en crisis, como consecuencia de las manipulaciones monetarias realizadas
a principios de la década por Alemania y otros países europeos, hechos que
condujeron a la devaluación del dólar en 1971 y, luego, a la crisis por el
aumento de los precios del petróleo desde 1973. A partir de esos hechos
reaparecieron en escena los críticos del modelo keynesiano encabezados por la
Escuela de Chicago, que atribuían la crisis, entre otros factores, a la intervención
del Estado en la economía, a la política de bienestar que ampliaba los
beneficios sociales a todos los sectores de la sociedad y a las consecuencias
monetarias de esa política. Primero fue la Primer Ministro de Inglaterra,
Margaret Thatcher, quien asumió los principios esbozados por la Escuela de Chicago,
cuyo principal representante era el profesor Milton Friedman. Luego, el
presidente de Estados Unidos, Ronald Regan, adoptó la política y de allí en
adelante esos principios se convirtieron en la cartilla de los organismos
financieros internacionales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Friedman
intentó recuperar e imponer el pensamiento de Adam Smith respecto a la no
intervención del Estado en la economía y, a la vez, la esencia de la Teoría
Cuantitativa del Dinero, que atribuye a la expansión de la masa monetaria la
causa de la inflación. Era, pues, el punto de vista opuesto a la idea de
Keynes. Sin embargo, cabe destacar que Friedman nunca desconoció los efectos
que a corto plazo se derivan de la expansión monetaria en términos de aumento de la producción y el empleo ni le
atribuyó la causa de la inflación en lo inmediato, como lo demostró la realidad
entre fines de la Segunda Guerra Mundial y la década de los setenta, período de
expansión del empleo, la producción y mínima inflación. La objeción de Friedman a la teoría de Keynes
era esencialmente por sus consecuencias a largo plazo pero reconocía sus
efectos positivos en lo inmediato. Podemos decir, en síntesis, que la concepción
de Keynes respecto a los beneficios del aumento de la inversión sobre el
empleo, la producción y los precios no ha podido ser desmentida hasta ahora.
4.
La
causa principal de la inflación es el egoísmo humano
Las
explicaciones anteriores se justifican, porque la inflación y la especulación
muchas veces pretenden ser explicadas o justificadas debido al incremento del
gasto público y/o el crecimiento de la liquidez en las economías. No se puede
negar que uno y otro elemento pueden tener una incidencia en la inflación
cuando, en efecto, la abundancia de dinero no guarda relación con la cantidad
de bienes y servicios existentes en un momento dado. Pero, en mi opinión, esa
no es la causa principal de la inflación. La causa principal de la inflación es
el egoísmo humano que no conoce límites a la acumulación de riquezas y cuyo
objetivo es acumular y acumular.
En
el libro Apreciación crítica de la política monetaria, el bolívar oro (1),
publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en el año 2007, explicaba
que las causas de la inflación son entre otras: a) la devaluación de las
monedas, b) la usura, c) la presión tributaria, d) el aumento del precio de los
insumos y servicios básicos y e) el incremento de la demanda ante una oferta
insuficiente, es decir, la existencia de medios de pago superiores a la cantidad
de bienes y servicios existentes en una sociedad.
En
los países afectados por variaciones extremas de precios están presentes uno o
varios de los factores señalados anteriormente pero, en mayor grado, la
propensión hacia la especulación. Es decir, la tendencia a invocar la
existencia de cualquiera de los factores antes explicados para justificar la
elevación de los precios en forma arbitraria. Esa, pues, es la actitud a la que se refería
claramente Adam Smith.
5.
No
puede haber ética en el comercio sin una concepción ética de la vida
En
el ensayo intitulado Países salvajes y países avanzados (2), decía que “Lo que
distingue a un país salvaje de un país avanzado es que en los países salvajes
la conducta de una parte importante de sus ciudadanos está en contraposición
con los valores morales definidos en los Diez Mandamientos de la Ley de Dios,
mientras que en los países avanzados la mayoría de su población si respeta esos
principios”.
La
ética del comercio está vinculada directamente a dos mandamientos fundamentales:
a) No robarás y b) No codiciarás los bienes ajenos.
El
problema es que desde el principio de los tiempos, el hombre ha violado esos
principios. El mundo actual no es una excepción y sólo en muy pocos países se
puede decir que existe respeto por esos principios fundamentales.
Hay
países donde la situación es peor que en otros. Son naciones en las que no
existen límites a las ganancias especulativas. Altas tasas de interés, usura,
especulación con la comida, las medicinas, la vivienda y otros bienes y
servicios esenciales, son elementos comunes en esos países. Cuando ello ocurre,
las posibilidades de desarrollo desaparecen o son mínimas.
6.
¿Qué
pasa cuando el Estado se convierte en comerciante?
El
otro grave problema que enfrentan las naciones es que muchos dirigentes
políticos malinterpretan el significado de la política y convierten a los
Estados en comercios y/o empresas privadas. En algunos casos, en pleno siglo
XXI, han llegado hasta a crear o
contratar ejércitos privados, compañías de mercenarios para operar en
escenarios de guerra.
Ese
tipo de dirigentes cree que la política y el Estado es un negocio que debe ser
rentable y pretenden que las actividades públicas como la salud, la educación,
la infraestructura y otros servicios públicos proporcionen ganancias. Cuando
ello ocurre, se le hace un gran daño a la sociedad en su conjunto. Eso es lo
que está pasando hoy en día en Europa, en países como Portugal, España, Italia
y Grecia, que han reducido la inversión pública para privatizar los servicios
más esenciales.
7.
Conclusión
Sólo
la acción de los Estados puede impedir la usura y la especulación, a través de
leyes y acciones morales para sancionar ese tipo de conductas. La competencia
en el mercado no es suficiente para mantener los precios en niveles justos,
porque en el mercado existen tendencias especulativas irrefrenables, motivadas
por la conducta egoísta cuyo único objetivo es tener más dinero. La comprensión
de esta realidad es algo esencial. Adam
Smith, el padre del Liberalismo Económico no dijo nunca esto en forma
explícita, pero de sus conceptos sobre el comercio y los comerciantes, se
infiere claramente que, moralmente, Smith creía que era necesario poner freno a
las conductas especulativas en la sociedad.
(1) Pablo Rafael González. Apreciación crítica de la política monetaria, el bolívar oro. Monte
Ávila Editores Latinoamericana, página 138. Caracas, 2007.
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