El
bienestar económico de los ciudadanos depende de su relación con la producción
y de su participación en la economía formal o en la economía informal. La
economía formal obedece al sistema jurídico de las naciones, la informal no. El
bienestar económico es consecuencia, pues, de si el ciudadano produce o no y de
la forma en que produce. Hay dos formas de producción: como empresario o como
trabajador subordinado. Como empresario, el ciudadano decide la forma de
producción y el beneficio a obtener. Como trabajador subordinado, el ciudadano
debe aceptar el salario y condiciones que le impone quien lo emplea. Hay dos
formas de empleo formal: a) El empleo formal ortodoxo, con relación de
dependencia, horario establecido conforme a las leyes incluido el tiempo extra
de trabajo, salario mínimo, compensación por antigüedad, seguridad social que
ampara salud, desempleo temporal y pensiones de incapacidad, retiro y vejez, entre
otros beneficios y b) El empleo formal heterodoxo, que hemos denominado trabajo
esclavo, que aunque reconoce legalmente los derechos de los trabajadores, en la
práctica, en la realidad, no los respeta. El hecho más relevante en este caso
son los salarios miserables que no le permiten al trabajador satisfacer sus
necesidades esenciales ni las de su familia. Es un ingreso que no guarda
relación con el costo de la vida, pero los trabajadores lo aceptan porque no
tienen otra alternativa en el mercado. En los países donde esta situación
ocurre generalmente también la seguridad social presenta grandes fallas. La
tercera categoría de trabajo es el subempleo, que es una relación informal, sin
vínculo jurídico, sin contrato de trabajo, sin seguridad social y con ingresos
también insignificantes para el trabajador. Esta categoría aplica también para
los trabajadores por cuenta propia de la economía informal que no reciben ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades esenciales. Tanto en el
caso del empleo formal heterodoxo o trabajo esclavo como en el caso del
subempleo, una característica común es el trabajo en largas jornadas superiores
a las ocho horas diarias y a las cuarenta horas semanales.
La
conclusión es que el camino hacia el bienestar económico de los ciudadanos es
la promoción de la economía formal, pero una economía que verdaderamente
respete los derechos de los trabajadores. Es necesario garantizar la
estabilidad en el trabajo, salario suficiente para satisfacer las necesidades
de los trabajadores y su familia, seguridad social que permita el acceso a un
sistema de salud eficiente y los otros beneficios inherentes a la seguridad
social como las pensiones de invalidez, retiro, vejez y desempleo temporal,
friccional.